Luis Cottier

A Parménides García Saldaña se le conoce por pacheco, por ser considerado el más zafado de su generación, por orinarse en los pasteles de boda, por intentar asesinar a Octavio Paz y a su madre –más de una vez a esta última, la de él no la de Paz−, por escribir narraciones que concentran la experiencia juvenil como pocos o por incluir canciones en inglés en éstas; pero casi no se habla de él como ensayista, territorio en el que, según mi opinión, mejor dio su yerba.

En la ruta de la onda es el libro al que me refiero, pues no son ni El rey criollo ni Pasto verde obras tan audaces como ésta. Este libro es un tractatum de su tiempo desde los sistemas teóricos de su época, con una manera de analizar los fenómenos sociales parecida a la de Roland Barthes en sus Mitologías y escrito desde la primera fila de un concierto de los Rolling Stones.

Y es ahí donde empieza. Con base en las palabras de Marx, caracteriza al movimiento hippie como una revolución burguesa: “Las revoluciones burguesas tienen corta vida, después de éxtasis en éxtasis llega un largo periodo de depresión”. Esto aburrirá y pondrá de malas a los lectores que le festejan a Emanuel Carballo por haber ayudado al Par a dejar el realismo socialista de sus primeras obras –cosa que su servidor no hará nunca porque antes que pacheco es comunista−.

Pero este señalamiento no lo hace para treparse al púlpito de la mojigatería roja, por el contrario, lo hace para restituir la vitalidad de la rebeldía juvenil de su generación, sacarla del escaparate y romper sus discos, como tantas veces hizo el Par con las fonotecas de sus amigos, el propio Carballo  y José Agustín –pilar fundamental de nuestro objeto de estudio de quien ya nos ocuparemos después− sufrieron los arrebatos de este enfant terrible que tuvo la suerte de casi cumplir cuarenta años.

La Paz y el Amor que se reunían en la Música de Rock no eran más que otro disfraz de la Democracia Representativa, a través de los chicos, los kids, los hijos.

El éxtasis de las buenas almas se había transformado en tedio.

Sin embargo, Parménides se dedicó muy poco a la actividad política, jamás tomó trinchera como Revueltas o Gerardo de la Torre. Su disidencia vital ocupó todos los frentes de batalla, pero en especial el de los sentidos; esto fue, como señalan algunos, lo que lo acercó poco a poco a la locura.

Lo que sobra de él son anécdotas, ¿será acaso que su destino era tan literario que no podía conformarse con ser escritor, sino que necesitó convertirse en el personaje?

En mis mocedades me dedique a buscar sus historias, lo que me llevó a largas entrevistas con los borrachos más acérrimos de la colonia Narvarte, quienes me contaron por ejemplo que el Par gustaba de acostarse en la puerta de la Escuela de Iniciación Artística, obstruyendo completamente el paso, mientras esperaba a algún amigo para continuar con el paseo de las botellas.

También escuché que Parménides no murió de pulmonía mal atendida ni de alcoholismo, sino de no poder escribir. Contaba el Caballo −un borracho al que el Valium le rompió la vida, pero el alcohol le permitía de vez en cuando recobrar la memoria− que un día el autor de Pasto verde bajó a comprar una nueva tanda de cervezas con los envases en la mano y, tambaleándose como cualquier otro, dio un mal paso. La caída hizo que las botellas se rompieran y que sus manos quedarán sensiblemente lastimadas. Sin tener una esposa como Bulgakov a la que pudiera dictarle las correcciones de sus manuscritos o un amigo que así lo hiciera, pues perdió a la mayoría en sus arrebatos de furia, se sumió en la depresión y su cigarrillo exhaló el último humo.

Honor a quien honor merece. Parménides García Saldaña, la literatura pacheca te hace aquí un monumento.